La
sociedad del ocio = ¿Sociedad del tiempo libre?
G.
K. Chesterton consideraba que no debía confundirse el ocio
con la libertad, ya que la presencia del primero no asegura
la disponibilidad de la segunda. La habitual confusión entre
ambas se debe, según Chesterton a que la palabra «ocio» es
utilizada para describir tres cosas diferentes: a) poder
hacer algo, b) poder hacer cualquier cosa, c) poder no hacer
nada». Poder hacer algo, afirmaba, era la forma más común de
ocio. La segunda, la libertad de ajustar lo que uno desea
dentro del tiempo de ocio, está más restringida, y tiende a
limitarse a artistas y otros creadores. Sin embargo, la
tercera era su favorita ya que permitía la inactividad, que
para Chesterton era la verdadera forma de ocio.
Witold
Rybczyniski (Esperando el fin de semana) ha rastreado
la historia del tiempo libre hasta nuestros días. El momento
de mayor tiempo libre fue conseguido antes de la Depresión
americana. Durante la Depresión, tanto los patronos como el
gobierno de Roosevelt se opusieron a la semana de treinta
horas, y la Ley de la Recuperación de la Industria Nacional
terminó con la idea de la disminución del tiempo de trabajo.
Antes de la Depresión, un estadounidense que trabajaba
cuarenta horas semanales estaba en el lugar de trabajo menos
de la mitad de las 5.840 horas en que se hallaba despierto,
y el resto del tiempo estaba libre.
Cien años
antes, el trabajo ocupaba dos tercios de las horas en que
una persona estaba despierta. Sin embargo, esta reducción no
es significativa, pues se hace en el contexto de la
Revolución Industrial que supuso el más alto número de horas
trabajadas hasta el presente.
En una
comparación con periodos históricos anteriores, la
conclusión es muy otra: los romanos del siglo IV dedicaban
al trabajo menos de un tercio de las horas en que estaban
despiertos; en la Europa medieval, el año laboral se reducía
a menos de dos mil horas.
Las horas
laborales llegaron al límite inferior durante la Gran
Depresión, y luego comenzaron a subir nuevamente: en 1948,
el trece por ciento de los estadounidenses con jornada
completa trabajaban más de cuarenta y nueve horas semanales;
en 1979, esta cifra había aumentado en un dieciocho por
ciento; en 1989 de los ochenta y ocho millones de
estadounidenses con jornada completa, el veinticuatro por
ciento trabajaba más de cuarenta y nueve horas semanales.
Sin embargo,
el aumento del tiempo libre se contempló como un problema
estructural. En 1930, Walter Lippmann advertía el drama
individual que suponía el ocio, ya que ofrecía opciones para
las cuales una sociedad orientada hacia el trabajo, como la
estadounidense, no lo había preparado.
Staffan
Linder (The harried leisure class) muestra la
paradoja de esta articulación: a mayor riqueza, menor tiempo
libre. En las sociedades prósperas, existe un conflicto
entre la promoción de bienes de lujo en el mercado y el
tiempo libre del individuo. Así, cuando se redujo por
primera vez el horario laboral, casi no había bienes de lujo
disponibles para el público en general, y el tiempo libre
era dedicado al ocio. Con el crecimiento de la llamada
«industria del ocio», la gente tenía que elegir entre más
tiempo libre o más gastos; si un individuo desea dedicarse a
actividades costosas (esquiar, navegar, etc.) debe trabajar
más, es decir, cambiar las horas libres por horas extras o
coger un trabajo adicional. La mayoría de las personas
prefieren gastar a tener más tiempo libre.
Linder
muestra cómo el crecimiento económico ha provocado falta de
tiempo, y cómo el aumento de los ingresos per cápita
no es necesariamente un signo de prosperidad (la gente gana
más porque trabaja más), y un gran porcentaje del tiempo
libre se está convirtiendo en lo que él llamó «tiempo de
consumo», y refleja un cambio del ocio de «tiempo
intensivo» a ocio de «bienes intensivos» (los
estadounidenses gastan más de trece mil millones de dólares
anuales en vestimenta deportiva; en otras palabras, mil
trescientos millones de horas libres son cambiadas por
vestimenta para actividades relacionadas con el tiempo
libre; en 1989, para pagar estos lujos, el 6,2 por ciento de
los trabajadores -el porcentaje más alto alcanzado hasta
entonces- tenían otro trabajo adicional de menos horas).
Entonces, la
pregunta aparece clara: ¿Realmente nos pertenece nuestro
tiempo libre?
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