LA LEYENDA DE MELGOTOS (historia  recopilada por A. Blanco Prada)

 

 

Cuentan que mi tatarabuelo  había sido contratado para trabajar de cavador en unas viñas pertenecientes a Los Barrios, cerca de Ponferrada. Un día que se encontraba cavando se le rompió la azada por lo que tuvo que ir al herrero del pueblo a arreglarla. En la herrería había dos hombres sentados al calor de un fuego charlando como en secreto de algo;  mi tatarabuelo  les oyó, como de soslayo, mencionar el nombre de su pueblo, Pardollán, por lo que, esperando a que le arreglasen su herramienta, se sentó en un rincón y se hizo el dormido, momento en el cual los dos hombres reiniciaron su conversación.

Uno de ellos tenía entre las manos lo que parecía ser  un manuscrito, cuando intuyó que el abuelo se había dormido comenzó a leer: “...en Melgotillos de Oro, dando vista a Fernandón hay un tesoro escondido debajo de un escambrón”. El abuelo escuchaba perplejo y casi paralizado por la sorpresa pues distinguía perfectamente los lugares descritos. Así pues, al día siguiente tomó la determinación de comprobar aquella asombrosa historia, se despidió de sus compañeros de trabajo disculpándose como que estaba enfermo  y regresó al pueblo.

            Al llegar a su casa preparó el carro con las vacas y se fue directamente a los  lugares que había oído nombrar en la herrería.

Estuvo varios días buscando denodadamente hasta que, según parece,  halló una vasija de barro de buen tamaño y en buen estado de conservación repleta de  oro,  la cual, escondida debajo del ramaje de monte que cortó a tal efecto, llevó para su casa .

            Al día siguiente fue y cambió algunas de estas monedas por dinero  que nada más llegar a casa puso encima de la mesa mostrándoselo a su mujer y refiriéndole la historia y el modo en que lo había conseguido. Su mujer no se creyó el relato, acusándole además de haber robado el dinero y exigiéndole que lo devolviera.

El hombre muy apesadumbrado al no tener la complicidad de su mujer enterró la vasija con el resto de las monedas en lugar seguro para que ésta no sospechara.

            La  aventura le volvió un hombre taciturno y un tanto reservado para el resto de sus días. Se relacionaba más bien poco con sus vecinos y evitaba acercarse al lugar donde había enterrada su tesoro, excepto para coger alguna moneda que cambiaba por dinero cuando lo necesitaba, siempre dentro de la más absoluta discreción y austeridad para evitar levantar sospechas.

 Pasado algún tiempo enfermó gravemente. Al sentir la muerte cerca, quiso explicar a su familia más íntima su maravilloso secreto; sin embargo, durante todo el tiempo que duró su corta agonía fue incapaz de encontrar el momento adecuado para confesarles la verdad; en unas  ocasiones el médico, en otras los familiares, los amigos y vecinos que no paraban de visitarles lo impedían. “Deixaime falar ca miña Baltasara…deixaime falar ca miña Baltasara” clamaba inútilmente con un hilo de voz apenas perceptible. Fue así como falleció sin poder explicar  su increíble historia y sin  poder descubrir a los suyos el lugar donde había guardado el tesoro.

Años después, la abuela relataría la historia que el abuelo le había contado, como una anécdota sin importancia, a una de sus hijas.

Más tarde, sus descendientes, generación tras generación, hemos intentado buscar, en lo que consideramos la casa más antigua, el tesoro del abuelo, sin que  nuestra búsqueda haya dado resultado. Por el momento…

 

¿Tendrá alguna relación esta historia con la mina de oro de Melgotos?

           

 

 

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